martes, 14 de junio de 2011

"AHUAZOTEPÉC" (Cuentos de provincia)

AHUAZOTEPÉC
De: Alberto Trejo Juárez



En las épocas de lluvia, si, estaba todo muy verde, pero no en las épocas de tolvaneras. Ya cuando ha pasado uno y otro cerro desgastado por los años, se le viene  a uno el otro cerro que ya se había devisado dende hacía rato, y después se le viene  a uno el otro y así hasta llegar a la laguna ¿Cómo no lo he de saber si aquí esta mi ombligo enterrado en estas tierras? Aquí he vivido dende niña, hasta hoy ya vieja. Por eso le digo a usted que yo conozco aquí como la palma de mi mano. Ése día yo los devisé, por ahí mero en el centro del trigal, ya casi para bajar a la orilla de la laguna. Yo estaba, como puede ver todavía muy lejos como para darle santo razón y seña, pero si alcancé a ver como él, el muchacho aquél agarraba a la mujer del pescuezo, yo pensé que para besarla, y ella se le huía. Echaba a correr para abajo como para meterse en la laguna. Hora si me va a perdonar usted, pero yo pensé: Esta quiere que le hagan sus cosas ahí dentro del agua. Ya no quise ver mas cuando él la siguió a la carrera. Arrié mis borregos para allá del otro lado. Allá mire, para abajo por allá donde se miran los primeros palos de la empalizada de ocotes y pinos. Todo eso estaba con rastrojo del trigal que ya habían cosechado. Mire ¡Qué bonito se ve la empalizada desde aquí! ¡Déjeme tirárle un terronazo a ésa borrega que se me quiere descarriar!... ¡ Borrega jija de la guayaba! con perdón de usted. ¡Adónde vas hija de... María Morales!... Si no les grita uno así se le salen a uno del guacal...
Al otro día me fui a la compra al centro del pueblo ¿ Ya fue al centro del pueblo?... Ya ha de haber visto sus casotas tan altas de puro adobe, con sus techos allá muy arriba de teja y enfrente el jardín, también cercado de barda de adobe, con sus cuatro entradas y con su cresta de petatillo, para que no se lo lleven las lluvias, así ha estado dende que yo fui joven, qué digo joven, niña, nada ha cambiado. Todo alrededor  del jardín está la calle polvorienta o lodienta, a según sea el tiempo. Ése día fui y merqué con doña Mariquita, un poquito de jitomates y chile serrano para hacer los últimos quelites de la temporada que había yo arrejuntado el día anterior, precisamente allá a la orilla de la empalizada, los hice con un pollo que me dio mucho trabajo para agarrarlo y después para retorcerle el pescuezo. Toda la familia comió muy a gusto su pollo en jitomate y unos frijolitos que les hice de la olla. Precisamente los quelites los había yo juntado, como le digo, mientras pastaban mis borregos, por allí por la empalizada que usted ve. Todos se chuparon los dedos de tan sabroso que quedaron los "quintoniles", mis hijas sus maridos y los niños. Como puede ver: En el pueblo estamos rodeados de pobreza y de hijos, eso no falta nunca.
Volviendo al centro del pueblo ¿Ya vió por donde pasa la vía del tren?... Pues allí vamos a esperar al tren para ir de aquí, de Aguazotepéc a Puebla para un lado y para el otro, creo que va para Tulanzingo, no sé muy bien a bien, pero es la única forma que tenemos para salir de aquí. Y eso, si tiene dinero, porque el fregado como nosotros, pues nunca.
Ahí en el centro está la escuelita hasta el tercer año de primaria; también sus salones están construidos de adobe y techos de teja, y también para variar, de paredes muy altas, me acuerdo que de niña, fui hasta el segundo año, cómo se me enfriaban las patas de tanto frío en diciembre y enero, y era de que andábamos  a pie descalzo casi todos los niños, como hoy, aquí no pasa nada, ¡nada cambia! Cambia para los que se van para el norte, a "Estados unidos" algunos regresan ya que son muy grandes o viejos. Ya ni los reconoce uno, ahí le andan uno hablando de usted. Cae uno en la cuenta cuando van a visitar sus paredones que alguna vez fueron sus casas de niños. Y cuando le preguntan a uno ¿Qué razón me da de...? Ya dende que le dicen a uno el nombre del finado o finada que buscan, ya cae uno  en la cuenta de quién es el fuereño que le está a uno preguntando con tanta razón de la gente de aquí. No hace mucho vino una familia, que siempre estuvieron hablando, que en inglés, yo no sé que lengua es ésa; pero eso si hablaban el español muy mocho revuelto con las palabras del ése inglés... “¿Qué razón me da de doña Natividad?” “ No, pues ésa señora murió ya hace mucho, me acuerdo que yo era niña cuando ella murió. Oye no me digas que tú eres... si hora que te veo de cerca, eres el Agripino ¿ verdad?” “Si, ése mero soy, y usted quién es?”  “ No seas pazguato, yo soy la Tencha, y no me hables de usted: me acuerdo que se te hacían muchos "shishotes" en la cabeza” “ Cállate, ni me lo recuerdes. ¿Así que tú eres la Tencha?” “ Esa mera soy yo” “ Mira te voy a presentar a mi familia: Ella es mi esposa Mari, mi hijo Ricardo, su esposa Guadalupe, sus hijos Elvis, Gladis, y la chiquita Yulia” Y todos se deshacían levantando la mano derecha abierta, porque no dan la mano como nosotros cuando nos presentan, y me dijeron: “ jay, hola ¿cómo estas?”igualados... como si me hubieran ellos quitado el pañal, me sonrieron. Y después se fueron así como llegaron, no me dejaron nada, y eso que dicen que allá les va muy bien, pero no me dieron nada. Eso si, se subieron en su camionetota para viajar toda la familia y se fueron levantando nubes de polvo. Ellos nunca van a volver, como si lo estuviera viendo, así es por acá. Porque fue por estas fechas que vinieron, ya nunca mas han vuelto. Solo me quedó la satisfacción que alguien se acuerda de mí...
Otro borreguero la encontró muerta como a los tres días después de lo que le platico, y va resultando que era la mamá de Rutila, que también terminó mal, ya se lo platicaré. Doña Terencia era la yerbera del pueblo, con ella, ay corríamos para que nos diera un remedio para algún dolor, que no se nos podía quitar con los remedios de la casa. Hora ya no hay nadie que nos dé un remedio dende que ella murió. Yo me las cavilé que había sido el hombre aquél que vi el otro día, dende entonces tengo remordimientos, porque yo lo vi todo, aunque nunca reconocí al fulano aquél. Que pensaba yo que eran muchachos haciendo sus cosas. Y va resultando que era la viejita, mamá de Rutila. Ella sabía una de cosas del pueblo, que yo ni mi imaginaba. Figúrese que ella me dijo un día. Ya ve que el río, bueno, casi río porque aquí pasa muy chiquito, baja por allá atrás lomita lejos de la laguna, allí hay dende siempre un  ojo de agua a orillas del riachuelo. Hasta allí bajamos por el agua, en cántaros y botes a lomo de burro, y la gente que no cuenta con un burro con su aguantador al hombro. Me dijo: "Doña Brígida__ Esto fue ya hace muchos, pero muchos años, ella ya era una mujer madura y yo ya había dejado de noviar con mi viejo, ya tenía a mis dos primeros hijos, bueno pues, me dijo__ Cuando yo era joven un día devisé a una víbora de cascabel que dejaba a orillas del agua su veneno para metérse a tragar agua, mientras ella estaba en el agua, nosotros, los muchachos y yo nos acercamos y le tronamos con una vara de jara la bolsa del veneno, y nos subimos a un árbol a seguirla espiando, cual va siendo nuestra sorpresa que cuando sale del agua y no encuentra su bolsa del veneno, se azotaba contra la pared de piedras que tiene el río, se volvía a levantar como para atacar y se azotaba, hasta que murió de tanto azote que se dio” Yo no se lo creí pero hasta hoy estoy impresionada con sus cuentos que nos platicaba. Y volviendo a lo que le platicaba yo a usted:
Yo creo que el calvario para ella empezó cuando él fue a visitarla, el que resultó ser después el amor de su hija Rutila. Ella Fue una muchacha espigadita, muy bonita, la más bonita del pueblo. El muchacho fue con ella, con la mamá, porque se había dado cuenta que los pies se le hinchaban como si le hubieran picado las avispas. Él le llevaba un guajolote en pago por los remedios que le dio. Al final él se quedó sin su guajolote y con las patas hinchadas, porque el té que le dio no le sirvió de nada, nada más para maldita la cosa, decía él. Porque regresó como al mes diciéndole que hora no podía orinar bien, que tenía que pujar para que saliera la orina. “ No, pues tu estas tapeteado”__ le dijo ella__ “ Tienes que irte a orinar dentro de las aguas de la laguna, en la mañana y en las noches. Vas, te metes en ella y así podrás aliviar el riñón”. Yo hasta donde sé, eso solo les da a los muy viejitos. Ay miraba uno al muchacho por las mañanas corriendo rumbo a la laguna, se metía todas las mañanas, que fue cuando yo lo llegué a devisar. Al principio salía con los pantalones todos empapados, porque no se los quitaba de la prisa que llevaba. Ya con el tiempo si, se las ingenió y se los iba quitando antes de metérse al agua, se nos hacía que era el cuento de nunca acabar, por años lo vimos corriendo rumbo a la laguna. Solo así podía.
La gente del pueblo platicaba que un día los descubrió la mamá, en sus amoríos, esto fue antes de que él se enfermara del tapeteado ése. Al ver que no se curaba, corrió el rumor en el pueblo, que la culpaba a ella de sus males “ Vieja cabresta, ella me embrujó cuando supo lo de su hija” Aún así ella le dio sus remedios, con todo y la mohína que le había echo pasar. Por eso es que creo que él fue su matador de la mamá. A la señora Terencia (mi tocaya) todos la querían por lo buena que era con la gente, a nadie le negaba el remedio para su mal.
Dende entonces Rutila siempre estuvo cabizbaja, todos aquí en el pueblo pensábamos que se moría también. Con el tiempo el mal del muchacho no se quitaba y un buen día los alcancé a ver en medio de la laguna, estaban muy abrazados y alcancé a devisar que él le quitaba el rebozo a ella, ya estaban bien mojados. Antes de eso vi que él la hundía en el agua “ Están jugando a los enamorados” me dije para mis adentros, ella salía y pegaba chicas bocaradas de aire y él la volvía a hundir, hasta que se cansó. Ya cuando devisé que le liaba el rebozo detrás de la espalda de ella, después se la arrejuntó a su cuerpo y después el mismo se lió lo que sobraba del rebozo detrás de él y le echo un par de nudos ciegos, así quedaron muy juntitos, aunque ella peleaba para que la soltara, daba la impresión que ya no quería aquél juego, y luego que se le echa encima de ella hundiéndola y él también se hundió con ella. Al ver que no salían, que me agarro las enaguas y a correr rumbo al juez, para avisarle de lo que había yo devisado cuando estaba en el pastoreo de mis borregos. El juez vino con unos voluntarios a clavarse en las aguas de la laguna buscando a los muchachos aquellos, pero no hallaron nada, dieron por terminada la búsqueda de los cuerpos, se fueron todos cansados y desanimados. Hasta como a los tres días salieron flotando, allá por el lado más hondo de la laguna, estaban abrazaditos y amarrados con el rebozo, como con lazo de casorio, los dos muy juntitos como los veía uno en vida.


___ FIN___




















miércoles, 1 de junio de 2011

"NO SE LLORAR A MAMÁ PANCHA"

"NO SE LLORAR A MAMÁ PANCHA"
O: “ PANCHA”
De: Alberto Trejo Juárez

Encerrado aquí entre las tres paredes del final del pasillo, sin poder ir a ninguna parte, desde que mi mamá “ Pancha” me metió, dizque para jugar a la casita y que me cierra la reja, desde entonces no salgo, hasta después supe que se le llama: reja, a mi puerta en mi casa, mas bien es la casa de mi mamá “Pancha” Yo siempre he vivido aquí en ésta casa. Horita estoy pensando todo esto porque ya me cansé de aporrear, si, así se dice. Yo no sé ni cuándo aprendí a aporrear. De lo que si estoy seguro es que yo aporreo los cinco barrotes de mi reja, bueno luego aprendí qué es reja, es de fierro, que es más duro que el palo de la escoba con el que la aporreo.
Después de mucho cuando mi mamá me encerró aquí, quise salirme como los gatos cuando vienen a verme, metí la cabeza primero, pensaba que así podría salir como ellos, que ya después sacan: manos, pelambre, patas y cola por una partecita. Y yo no pude salirme ni meterme, así me quedé toda ésa noche. Yo tengo mucha suerte. Si porque mamá “Pancha” dice que suerte es: que no le pase a uno algo. Yo no sé porqué suerte si ya estaba atorado ¿Atorado se dice? Tampoco sé dónde lo aprendí. Lo que si es suerte es que no me quise salir arriba del barrote atravesado de en medio, si no ésa noche me hubiera dormido parado, igual que los gallos del gallinero de mamá “Pancha”. Me acuerdo ¿ acuerdo? Es lo que ya pasó. Así me lo enseñó mi mamá y después la Edelmira. Ella con el tiempo aprendió a darme de comer. Dicen que es más chica que yo… El día de mi cabeza entre los barrotes, más bien noche, porque al final del pasillo la ventanita ya no tenía luz del sol, era luz de noche, de luna. A mi me gustan las dos luces, la del sol porque se le ahuyenta a uno el frío, y la de la luna, porque oigo a los coyotes aullar. Antes me la pasaba todo el día y toda la noche por la sierra, y oía los pájaros cantar. Yo canto también, no como ellos pero canto. Luego oía al tecolote y a los coyotes. Era cuando mis manos las veía pálidas. Yo no sé que es pálido, pero Edelmira cuando ya no hay sol  me dice que estoy pálido. Así que yo estaba pálido cuando salía la luna. Ya me venía de allá cuando me acordaba que no había probado bocado todo un día, y casi toda una noche. Unas veces, ésos carros que les llaman la camioneta, que sube a Taxco; si no traía mucha prisa bajaba por la terracería del pueblo y me traía a la casa. Yo dejaba que me trajiera si tenía ya mucha hambre, si no, me echaba a correr por adentro de los encinos. Nunca me alcanzaron , aunque a veces me correteaban hasta cuatro juntos ¡montoneros! Yo sé los caminos de la sierra, ellos no. Los ven de paso pero no los caminan.
El día de mi cabeza atorada, que no pude salir por entre los barrotes. Ése día,  mamá “Pancha” le dijo a Edelmira, porque ella ya se había recogido, ya era noche: “ Edelmira, ponle a ese chamaco una silla y siéntalo” Mi hermana, la Edelmira, vino y me abrió con su llave. La llave es una cosa así de chiquita y hace lo que yo no pude ésa noche, abrir. La muchacha ésa a la que llamo hermana, que nació de por dónde yo nací. La Edelmira, me sentó en una silla, ya no cerró, y me puso una cobija encima, allí dormí como coyote, sentado, hasta el otro día. Ya el sol estaba bien avanzado cuando vino, uno que dicen que es mi primo, el no nació de dónde yo nací, mi mamá dice que el nació de otra que si nació de dónde ella. El vino y con una chimiltreta, así le llamó mamá “Pancha” a la cosa ésa de fierro, con dos manitas que agarraron los barrotes una de un lado y la otra del otro, y un gusano como víbora al centro, que le dio vueltas y abrió los barrotes. El me rescató de mi prisión de los barrotes, dijo mamá y Edelmira. De a luego cerraron, para que aquél primo le diera de porrazos a los barrotes, para que volvieran a dónde estaban antes de meter yo la cabeza. Primero me dio mucho gusto porque les estaba pegando, pero, tenía que taparme las orejas con las dos manos, porque era un ruídero de infierno. Yo no sé cómo es el infierno, pero así es lo peor, lo malo fuera del mundo. Tampoco sé qué es mundo pero dicen que és la tierra que uno pisa, ya no sé ¿Es tierra o es mundo? Pero así lo aprendí yo. Aunque yo no le pedí que me sacara, pero eso fue bueno, ya no duermo sentado, ya duermo en mi cama de costales y cobija. Lo que no me gusta de mi pasillo es que huele a lo que yo hago. Antes lo hacía en el monte allá entre los árboles, me enseñaron que uno se  hace dónde no lo vean. Aquí si me ven, pero como yo no me puedo esconder, ellos se esconden de mí, porque el hoyo dónde hago está en un solo lugar; en el monte no, el hoyo podía cambiar de lugar, a dónde yo quisiera que estuviera, estaba. Aquí luego que ven que me voy a sentar corren para afuera, o se meten a los cuartos. Cuando no quiero hablar con nadie voy al hoyo y me siento. Por horas ellas me preguntan ¿ Ya? Yo no contesto o les digo “ No” y allá se están, afuera o adentro, hasta que yo quiero. A veces no me lo creen, entonces si tengo que hacer aunque no quiera, para que le corran. Ése olor del hoyo no me gusta, menos cuando cómo. Dice Edelmira: que ella va y le destapa con una pala allá afuera, y le tira unas cubetadas de agua para que no se vuelva a meter el olor, que es bien necio; yo no sé porqué tenemos tanto olor adentro y uno no lo huele estando escondido, o allá afuera.
Algunas veces estaba allá sentado, hasta allá arriba, en dónde se alcanza a devisar Cuernavaca para un lado, toda pintada de sol, y Taxco para el otro lado, ésa pintada de rojo y blanco; aunque de más niño si me llevaron allá a Taxco, si le vi mucho blanco y poco rojo. Yo no sé dónde se me escondía el rojo cuando yo iba. Hora ya no me llevan ni me dejan salir de aquí, que porque con los años me volví más agresivo, yo no sé que es eso, pero si me dicen que porque pego. Una vez si se la pasé a Horacio, el herrero, mi primo dicen, el que me sacó de los barrotes cuando me atoré. Pero otra vez no se la pasé, si le pegué. Estaba yo viendo, hasta allá arriba en lo alto, veía Cuernavaca. Sus caminos desde allá se ven igual que dos rayitas y si ves más allá se ve una sola cuando se va lejos; primero se le ven sus dos rayitas con puntitos grandes a un lado, después ellos se hacen chiquitos si se alejan, todo entre manchas de color amarillo y café, y pocas manchas brillosas como espejos, como ésos en los que mamá Pancha me dejaba ver y me decía: “Mira, qué niño tan bonito” apenas si me acuerdo, pero si me acuerdo; la Edelmira estaba muy chiquita, hora ya está grande, su pelo fue primero negro, y luego como color café con leche, y hora su pelo se le ve como la leche sola, ya sin café. Ya esta grande…
Me gustaba que , antes, que la Edelmira barriera aquí cerca, o allá afuera, porque con la escoba de mijo, yo no sé que es mijo pero así le dicen ellas dos, mamá y Edelmira, se le sube el vestido a veces arriba de la rodilla, y con la de varas allá afuera, cuando barre y cuando arrastra las hojas cecas se le atoran, las varas, y se le sube más de las rodillas, y eso me pone bien a gusto, alegre. Me dan unas ganas … de estrujarme por enfrente por dónde hago, por delante. Y me estrujo hasta que quedo bien cansado, muy cansado, más que cuando subía la sierra para ir a espiar Cuernavaca y Taxco. Aunque cuando subía al final de la sierra sentía yo el aire por todos lados, me manoseaba hasta por debajo de mi pantalón. Cuando yo le veo hasta las rodillas, y más arriba a mi hermana, a la Edelmira. Cuando termino de estrujarme me hace falta el aire de hasta allá arriba de la sierra. ¿Porqué será? porque hora ya me enseñaron que cuando yo me quisiera estrujar allí, que me metiera entre las cobijas . Y así lo hago; que allí podía estrujarme todo lo que yo quisiera, pero no en el pasillo, en mi pasillo, aquí no, tenía que ser encima de mis costales y debajo de mi cobija. A veces me estrujo hasta tres veces, si tres, en un solo paso del sol.
Una vez estaba hasta allá arriba y que me quiere subir el Horacio a la camioneta, el pensó que me iba a subir fácil como en otros días, porque no tiene puertas la camioneta, puertas para subir, como las de la casa para entrar. Entrar y subir… Ese día yo estaba muy a gusto porque acababa de llegar y cuando vi que se acercaba, que le doy de garrotazos como hoy se los di a la reja, y que corre lloriqueando, si, cuando la gente llora así lo he  visto; y que corro tras de él con el garrote que llevé para que me ayudara a subir los cerros. Se subió a la camioneta ya corriendo ella también, hasta a ella la aporrié con el garrote. Ése día yo no tenía hambre, me acababa ir de la casa y Edelmira que ya desde entonces me cuidaba, me dio mi lonche, como le dicen mis hermanos que están allá en el otro lado ¿ En el otro lado? ¿ de dónde? Bueno allá. Hora que dije: Bueno allá, en el otro lado. Mi hermano del otro lado “ Vino a tentar a Dios de paciencia” así dice mamá Pancha. Vino, que ya se iba a quedar, hizo aquí arribita un hoyote como de  grande… lo grande de la casa y allí echó el agua que bajaba del manantial, lo llenó y siempre de allí regaba sus plantas de comer. Un día me metí porque me dieron ganas de hacer en el agua, y hice. Se dio cuenta y de allí se enojó, pero no me hizo nada ni me pegó, solo me sacó de su hoyote con agua. Ya después se fue. En veces me daban ganas de hacer en sus milpas de los del pueblo, donde tienen cilantro, lechuga, rábanos, calabacitas y me corretean, qué ¿ ellos no harán? También por eso me encerró mamá Pancha aquí.
El día que Horacio me quería bajar de allá de la sierra. Ése día descubrí que acá cerca los caminos son más verdes que los de Cuernavaca y Taxco. A Cuernavaca las casas se le ven como piojitos, unos chiquitos otros grandes y otros más grandes, allá muy a lo lejos, o las camionetas se ven corriendo también como piojitos más chicos, hasta que van creciendo, creciendo y creciendo, como los ve uno por acá cerquita. A Cuernavaca por dónde le sale el sol, si tiene puntitos muy verdes y va bajando al café y al amarillo; pero para Taxco es amarillo y gris su campo, ya más para acá, empieza a subir el verde, y crece y crece a tapar a cualquiera y todo, hasta las camionetas. Otras veces si me dejaba bajar en la camioneta. Era mejor llegar cuando el sol estaba encimado en uno, y no hasta que está allá lejos entre la sierra, más cuando las tripas ¿ las tripas?... Me hacían ir a ver si hacía, pero no hacía, eso quería decir que necesitaba ponerle algo a mi boca, para después hacer. Así me daba cuenta que era mejor que él me bajara rápido, aunque se desviara la camioneta para dejarme en la casa de “Pancha”, mi mamá. Porque acá no bajan las camionetas.
Además, el día que yo estaba allá arriba y que le día de porrazos, es que ése día, además yo me había subido al cerro acordándome de Rogelio, mi hermano, yo no se porqué: hermano Rogelio y hermana Edelmira. Él se fue del otro lado, que porque un día manejando una camioneta, que unos niños jugaban delante de ella, y que se les va encima y mi hermano que la traía, almorzando, hasta que le vinieron a avisar que se pelara porque la camioneta mató a uno de los niños, después supe también qué es pelara, no es cortar pelo, se fue. Él se fue y solo viene allá muy de vez en cuando. Él cuando viene me trae mis cosas, mi ropa y me baña sin pena como mi hermana que siempre se está volteando para otro lado cuando me talla. A mi me gusta que mejor ella me bañe, porque siento como cuando me estrujo, pero poquito, a mi me gusta. Pero él se tiene que ir, viene con su familia que le llama: niños, niñas, vieja. Hora ya hasta es compadre del papá del niño que mató. Yo no sé que es eso de compadre, pero, él es su compadre, ya no se quieren matar.
Mi pueblo tiene su iglesia que es dónde está Dios. Las casas tienen en dónde sembrar, va subiendo uno y las casas son más retiradas y más pobres como la mía cuando yo la conocí; desde que yo me acuerdo tenía tres cuartos de adobe, así tres, una cocina con su fogón y techado con teja; hora lo único que queda techado de teja es mi pasillo que va a la puerta y al patio, lo demás ya no tiene teja y adobes. Que porque si le cambian a dónde me meten. Hora he estado pensando que porqué no me subo hasta las tejas, y las quito y por allí me doy libertad de ir a mi sierra. Primero subiría por la víbora que es el camino lleno de tierra y de piedras. Siempre que subo por la última casa que mamá “Pancha” decía: que ésa fue su casa y que allí murió su primer hija, que le dio de topes al adobe para salirse; así topes como el chivo que el otro día me correteó, yo pude más que él, que le abrazo el pescuezo y no lo solté, yo quería que pidiera que lo soltara como los muchachos del pueblo cuando les hacía lo mismo, ya los dejaba, pero el chivo no dijo nada y lo solté hasta que se quedó blandito, durmiendo. Ah sus papaces de los muchachos decían : ¡ abusivo! Porque quezque yo estoy gordo, no sé que es eso, gordo. Así ella… su hija, no me acuerdo cómo dice mamá “Pancha” que le decía. Hay gente que platica que allí espantan ¿ qué será espantan? Yo me he metido en ésa casa y no sale ni entra nadie, he estado desde el amanecer hasta que regresa la luna, y nadie llega, no sé quién será “espantan”, por más que lo espero hasta que me da sueño. Me tiro en el piso de tierra que está fresco; ya cuando se oye que canta el gallo, así le dice mamá: “ canta el gallo” me vengo para acá, o me subo para allá, para mi sierra, a espiar a Cuernavaca y Taxco. Subo por ésa empolvada carretera, así dicen todos de ella, o me voy por las parcelas. Subo las primeras lomas, y sigo a otra más, y  otra, así hasta subir los cerros. O no, hoy mejor me sigo hacia Tetipác que es por dónde llevaron a mamá  “Pancha”, yo no se porqué, pero vi que me la escondieron en una cajota para que yo no la viera cuando se la llevaron. Hoy tengo muchas ganas de llorar como dice Edelmira, porque ella llora cuando me arrima mi tragazón, me dice que porque echó tortillas con ramas verdes, que por eso chilla; pero que ella me va a seguir asistiendo, no se que es asistiendo pero mientras ella me dé, de tragar… no se. Dijo que mi mamá, y la de ella también, fue a ver a Rogelio, que ella luego se devuelve para acá, que no me apure. Yo no me apuro, pero desde que salió aquella cajota, aquél día, quiero chillar. Pero no se chillar. Ella así me enseñó: “ No chillar” hasta que vi muchas veces a Edelmira con eso de chillar, yo quiero chillar pero no se cómo. El José, que es quién le hacía los mandados a mamá “Pancha”. El me dice que la ha ido a ver y dice que está muy bien allá, que está en una casita chica, enterrada en la tierra y con jardín, muchas flores y un pasillo para llegar a otras casitas dónde viven sus vecinos. El dice que está muy bien. Y eso que a el casi no le gusta hablar, me lo ha dicho, que se lo ha encargado  ella. Aunque no se si él también le va hacer los mandados a Edelmira, como se los hacía a mi mamá. En veces los veo cuchicheando, más cuando ella llora. Mamá “ Pancha” decía que él está un poco loco.
Yo quiero encontrar la forma de salir por arriba, por las tejas, y acompañar al José a ver porqué no ha venido mamá “Pancha”. Cómo le haré para llorar, y así poder pensar mejor para salir de aquí. Porque la Edelmira no creo que me enseñe a llorar, no tiene tiempo, ya está vieja.

___FIN___






domingo, 15 de mayo de 2011

" LA RUEDA DE LA FORTUNA"

LA RUEDA DE LA FORTUNA
De: Alberto Trejo Juárez
Desde acá arriba se alcanzan a distinguir con la luna llena, los cerros que dan para ese pueblo que se denomina San Antonio. Que queda horita para el lado de la mano zurda, y para el lado de mi mano derecha el pueblo de Prieto, en el que hace más de un año fuimos a celebrar la fiesta de su santo patrón. Yo estoy muy a gusto horita, encaramado aquí, porque aunque dicen que a este pueblo, al que hora vine por primera vez, si creo que si, bajan muchos revoltosos que andan ya todos atolondrados por el pulquito que hacen por acá cerca, quezque dicen que matan al que se les pone enfrente. A nosotros nos respetan casi como la señor cura, que según dicen viene cada ocho días a dar la santa misa, y a nosotros porque les traemos diversión ; porque aunque ustedes no lo crean en este pueblo no hay nada.
Acá, atrás de mí, si volteo la cabeza estoy seguro que está la estación del ferrocarril, donde me contó la viejita “Catita”, la pulquera, que viene cada ocho días del pueblo de aquí abajito, de San Antonio; quezque en el andén del ferrocarril seguido matan a gente que está esperando el tren para huir de sus asesinos, quienes los esperan a la hora en que pasa el tren. Que solo pasa uno para arriba en la mañana y otro para el sur, o sea para abajo en la tarde ya pegada la noche. Todas estas costumbres me las refirió la viejita del pulque.
El frío es rete fuerte, y acá arriba me pega bien duro, pero yo me siento a mis anchas, porque estoy solo y naiden me distrae de mis pensamientos, con el aire que pega aquí me mece la canastilla rete bien bonito, eso me gusta, porque me recuerda cuando nos subíamos allá en mi pueblo a los capulines para bajar su frutita, y se mecían las ramas para todos lados, como un remolino de agua… Ese grupito de estrellas no lo había visto… Aquellas, si, son las cabrillas, bueno, eso es lo que platicaban mis papás … Las tres Marías,  esa que está acá casi atrás de mí es… bueno, creo que es el lucero güevón. Este que está encima de mi cabeza es… el aradito ¡ Qué bonito se ve desde aquí!
Precisamente aquí me había subido para echarle cabeza al pensamiento de cómo lograr a la “ Güeyana” que así le decíamos todos los de los juegos de la feria a la Aureliana, que así se llama y que es la ahijada de mi tía Merenciana, mujer de mi tío Crisóforo; bueno, ella no es mi tía pero yo la respeto porque vivo con ellos dende que vine a trabajar a los juegos de la feria. Ellos tienen los puestos del tiro la blanco con rifles de municiones, yo les ayudo; o sea que soy el chalán de mi tío Crisóforo. Bueno, pues, la “ Güeyana” vivía también con mis tíos en el mismo puesto, porque su mamá se las había encargado, hermana de mi tía “Mere”. Pues ahí tienen que como en el día no se hace nada, me fui rumbo allá abajo del pueblo, por donde cruza la vía del ferrocarril, hay un río muy chiquito, pero que es el único que tiene hierba que lo adorna, porque acá los cerros están rete pelones, solo algunos tienen nopales, pocos nopalillos, otros también tienen órgano, de ese que dicen que es bueno para los que no les funcionan los azucares en su sangre, yo no se; esto lo he oído.
Ese día me fui con la mira de echarme un bañito en el río; de pronto me paré para oír bien , se oía como plática de chivos cuando están en brama allá en el corral de mi pueblo. Me quedé nomás pajariando entre las jaras, poco a poco me fui acercando a donde partía ese platicar, ya les decía como de chivos, y  ¿cuál va siendo mi impresión? Cuando entre las jaras vi que “ Güeyana”, yo no sabía, pero había ido también a lavar la ropa que le había mandado mi tía  “Mere” Estaba allí tirada en el pasto, toda su ropa que llevaba puesta y la que iba a lavar, también estaba tirada, como si nada más la estuviera viendo el sol. Tenía encima al Pascacio; después me di cuenta que era él. Era el dueño de la rueda de la fortuna y novio de “ la Güeyana”, todos lo sabíamos. Ella estaba respingando y riendo mucho, como queriendo quitárselo de encima, de pronto ya no pasó nada ni se oyó nada, y después los dos se quedaron tendidos en el pasto, como ropa para secarse, hasta que el comenzó a luchar con ella . Cuando se volvieron a quedar silenciosos, yo me di cuenta que ella era más blanca de lo que parecía, o tal vez que todas sus partes donde el sol no se atrevía a besarle, era más blanca, lo demás era rete prieta, a mí me gustó más . No hice ningún ruido, ya ni me bañé, ya estaba bañado del sudor que me había dado con todo lo que había presenciado, luego me regresé; pero desde allí ya no se me salió del pensamiento la “Güeyana” a dondequiera que iba la llevaba, sobretodo esa piel tan clara que yo había visto.
Ya muy entrada la tarde cuando el sol ya estaba cayendo, aquí en el pueblo se empieza a sentir el frío más fuerte; y el aire también, fue llegando la  “Güeyana”  con su tambache de ropa, alguna ya estaba sequecita por el calor que le había dado. Al verla, todo le cuerpo se me puso graniento, como carne de gallina ya muerta del calosfrío que me dio, no se si era también por el frío. Busqué la manera de platicar solo con ella, y así pasó. Cuando empezamos a despachar los rifles a los paseantes que vienen a la feria; como al principio son muy pocos, ya hasta muy entrada la noche se dejan bajar de los pueblos, le dije:
___ Oye “ Güeyana” ¿ porqué te tardaste tanto allá en el río?___ Y enseguida, ella de momento no supo que decir; pero luego como que cayó en la cuenta de lo que yo quería decirle. Y me dijo:
___ Pues fui a lavar ¿ no viste?
___ Si, si vi, pero también vi algo más…
___ Oiga, oiga ¿ cuánto vale la carga de rifle?
___ Pues, cinco pesos.
___ Deme uno___ Se lo serví de mala gana para que se fuera el muchacho aquél.
___ Si, te decía “ Güeyana” que vi algo más que lavar.
___ ¿ Qué viste?
___ Oh, pues tu ya sabes ¿ para qué te haces?
___ Si, pero ¿ qué viste? Dime.
___ No me hagas que te diga lo de Pascacio, y todo lo demás.
___ Bueno ¿ y qué? Además somos novios y nos vamos a casar.
___ Si, pero si se los digo a mis tíos, pues yo creo que ya ni te casas, porque todos dicen que estas bien escuincla, además no te olvides que viniste a trabajar para ayudar a tus papaces.
___ Bueno… ¿ y qué quieres que haga?
___ Deme un rifle, joven.
___ ¿Qué vale la carga? ___ Preguntó otro.
___ Cinco pesos.
       Después que se fueron los clientes del tiro al blanco, ella, fue la que siguió hora la plática.
___ Te digo ¿ qué quieres que haga?
___ Cómo qué, pues ya sabes.
___ No, no se.
___ Pues… pues… quiero hacer lo mismo que el Pascacio___ Me vio como enojada, pero yo sabía que no, y me dijo.
___ ¡ Vete al diablo! ¿ cómo quieres que también lo haga contigo? ¿Pues quién crees que soy?
___ Nadie, una mujercita muy linda, que desde hoy, yo se que no voy a poder sacar de aquí adentro de mi cabeza y de mi cuerpo todo, pues ni se diga  ¿entonces qué?
___ No, ni insistas.
___ Güeno entonces tu ya sabes a lo que le vas tirando___ No dijo nada, se quedó sin decir ya nada.
___ Si quieres piénsalo de aquí a la hora que bajamos la lona para cerrar el puesto.
___ Bueno, está bien.
Ya no hablamos nada del asunto, y seguimos vendiendo cargas de rifles como si nada, a los dos no nos convenía que se dieran cuenta. Cuando terminamos el jornal del día , se acercó cuando yo estaba limpiando los rifles, para ayudarme  como siempre.
___ Oye Galdino, ya lo pensé muy bien.
A mi me saltó el corazón de donde estaba, y me le quedé mirando muy fijo; como el condenado de las películas que pasa en su puesto de cine don Porfirio, cuando el condenado apenas va a oír al juez, y dijo muy pacienzuda.
___ Mira. Vamos a hacer un trato, si tu logras hacer lo que quieres sin que yo me de cuenta , entonces, ya ni digo nada; pero, si no lo logras, entonces como buen hombre tienes que darme tu palabra que me dejas en paz.
___ ¡ Está bueno! Pero me la pones bien difícil ¿ cómo voy a poder?...
___ Yo no sé, esa es la condición.
___ Está bien.
Ese día descubrí lo bonito que es subirse aquí a la rueda de la fortuna. Que es de Pascacio, y que es más viejo unos diez años que yo, o más. Pero que ni se da cuenta que me le subo a su rueda, además no le hago nada.
Ese día me subí por los rayos de la rueda hasta treparme en la canastilla de mero arriba. Y empecé a ver a lo lejos. A platicarle a las cabrillas, al aradito, al lucero güevón, también a la vía láctea, que dicen que así se llama esa como faja de polvo brillante, que atraviesa arriba del cielo, de un lado donde se junta el cielo con la tierra, pasando por encima de nuestras cabezas hasta el otro lado contrario, y desaparece de vuelta donde se junta el cielo con l atierra nuevamente.
Pensaba yo: güeno, y si le doy un garrotazo para que no se de cuenta, no…pues así ni ella ni yo. No así no.
Güeno,… ¿y que tal si la embriago? No… pero ella no toma, me desanimé  ¿cómo? Además ¿ como la voy a agarrar sin que se de cuenta?... ¿ dormida? Pero… ¿ cómo? Además mis tíos se darían cuenta, porque duermen en la misma carpa que nosotros. Solo que ella de un lado. Yo en el lado de enfrente y en el mero centro mis tíos tienden su cama en el piso. Ellos eran, hasta en la noche como el peón  que cuida el rebaño y los sembradíos, que no se lo coman. Tío Crisóforo y mi tía Merenciana ya me habían advertido: que no me le fuera a acercar a la “Güeyana” con intenciones de hombre. Porque me las vería con ellos.
Güeno, haciendo una suposición: Que yo logro llegar hasta donde duerme la “Güeyana”, así me dije; yo, ya no veía ni las estrellas ni los cerros, yo veía mi propia película adentro de mí. Que era más interesante, aunque todavía tenía los ojos abiertos. Me dije: Yo llego a la cama de la “Güeyana”  Y ¿ hora? La descobijo, eso si lo puedo hacer, pero hora la combinación… ¿Qué hago?     ¿qué hago?…¿ Cómo le hago?.. En ese momento un lucero de los que se caían del cielo se resbaló, me sacó de mis cavilaciones, y dije: “ ¡Cortó el cielo!”  ¡Cortó! Grité, casi me caía de la canastilla y con el gritote que eché, que si hubiera estado encaramado en alguna canastilla de abajo, pues despierto a todos, era algo así como cuando mis papaces al ver un lucero que se resbalaba pedían un deseo; y a mí mi deseo se me cumple ¡ Estaba seguro!. Me bajé bien contento. Cuando ponía los pies en el piso firme cantaron los gallos. Todavía me metí en  mi cama, que ya había tendido la noche anterior. No pude dormir, solo cuando amaneció estaba el friecito que calaba los huesos, pero yo tenía fuego de ánimo adentro. Lo primero que vi al salir fue a Pascacio que desayunaba con doña Columba, que era la que hacía comida para los que no  tenían mujer ni quién les guisara. Fui hasta allá del otro lado de la feria, atravesé por entre los caballitos, por el chicote, por los puestos de lo aritos, por el látigo, y por el puesto de los quequis, que así les llamábamos, que no eran más que tortillas de harina, que ya cocidas le ponía don Luis cajeta encima.
___ Pascacio, buenos días.
___ ¿ Qué te despertó el gallo?
___ No, hombre, me despertó la gallina.
___ ¿ Cual gallina, Galdino?
___ Pues, una que tiene mi tía para el día de mi santo.
___ ¿ Qué queres?___ Me dijo queres, burlándose de mí.
___ Quiero… Quiero, bueno, quiero pedirle un favor: Que me preste sus tijeras que tiene ¡ Esas con las que corta el hulito a los cables de la luz! Se las entriego mañana.
___ ¿ Para qué las quieres?
___ Para parchar los rifles con hule de adornar las bicicletas y tela adhesiva.
___ Horita te las doy, déjame terminar de desayunar, tu ¿ Ya te desayunaste? ¿ No quieres un café con pan?
___ Güeno, me lo tomo, nomás porque usted me lo invita.
___ Buenos días Galdino, hoy ni saludaste___ Dándome el café y el pan, me reprochó doña Columba.
       Ese día trabajé muy a gusto esperando a que el sol se ocultara; y luego, como la luz del sol la luz de la planta de los caballitos, el chicote, la de la rueda de la fortuna, de la ola, que eran los que nos daban luz a quienes no teníamos en nuestros puestos, y apagando ellos, pues quedábamos a oscuras o con alguna lámpara que encendiéramos o con una vela, para la hora de acurrucarnos en nuestros nidos. Todo estaba silencio, y cuando calculé el tiempo que todos estaban como tumbas, sin moverse; solo los ronquidos de mi tío se oían. Me fui acercando a dónde “ Güeyana” ponía su cama sobre unas duelas, y unas cajas de madera, ella quedaba como a un medio metro sobre el piso, llegar hasta allí fue fácil, en puntitas de los pies. Levanté muy despacio las cobijas que tapaban a la “Güeyana”. Me acomodé casi a la altura de su cadera para tocar bien por dónde iba, no podía encender la luz; a la vez le echaba de cuando en cuando el aliento de la boca, para que sintiera calientito y no sintiera el frío en su pierna, y se fuera a despertar.
Yo temblaba no se si de frío o del miedo, o de emoción. Toqué la punta de su combinación , luego las tijeras que saqué de la bolsa de mi pantalón  “cortaron” ya después que les eché el calientito de mi boca, para que estuvieran también calientitas, si, cortaron lentamente, pero seguro la tela suavecita de aquella ropa de hembra; seguí cortando. Cuando empezaba a cortar la prenda de más adentro, como que se movió la “Güeyana”; yo me  quedé quieto, le eché de nuevo el aliento calientito en su cadera y pierna, para que no sintiera frío. Seguí , y seguí corta y corta hasta que al fin ¡ Al fin! Yo empecé a sentir el hueso de su cadera como que se soldaba con el mío, ese hueso que tenemos hombre y mujer en forma de concha de tortuga. Yo era en ese momento el hombre más feliz de la feria. Ella despertó, se dio cuenta de todo, como si ya lo esperara, solo se sonrió, bueno, eso creo yo, porque la oí que me dijo:
___ Tu no te das por vencido ¿ verdad?
___ Ese era el trato ¿ no?___ Le dije, solo dejó escapar de su boca un quejido. Boca a la que me pegué como quién se pega a un chorrito de agua en plena calor. Yo quería todo, ya estaba ahí.
Como cuando la canastilla de la rueda de la fortuna se mecía, cuando la movía  el viento todas las veces que me subía; así nuestra canastilla se empezó a mecer.
___ Oye vieja, creo que se metió un perro___ Dijo mi tío medio dormido.
___ ¿ Qué?... ¿ Qué, viejo? ___ Le contestó mi tía.
___ Creo que se metió un perro.
Se levantó mi tío con una lámpara sorda y buscó en todos lados; primero, para estar seguro fue a mi cama; y no encontró nada, yo había dejado unas mantas en forma mía. Luego fue a la cama de “Güeyana”. Nosotros estábamos bien quietecitos, y “ Güeyana” estaba haciendo que roncaba.
___ No, no hay nada, vieja, yo creo que fue un sueño.
___ Ya acuéstate deja de andar moliendo.
Luego sentí cuando seguimos, como si mi espinazo se saliera del pellejo, y yo creo que ella sentía lo mismo, porque se quedó como yo ¡ bien desmayada!
Se nos habían terminado las fuerzas de las veces que nos tomó esa noche “ el viento del amor”
Otro día tempranito fui a agradecer que “ Pasca” me ahiga prestado sus tijeras.
Desde ése día  siempre nos vemos “ Güeyana” y yo; ya sea en el río, ya en el puesto en la madrugada, pero siempre nos vemos. Desde ese día ya no ve a Pascacio. Me ha dicho que le dijo: Que le han venido los remordimientos, que se olvide de ella, que él es muy grande para ella.
Ella estos últimos meses se ha puesto bien gordita, se ve ¡ rete bonita! Me sigue gustando mucho, pero “ tengo un pendiente” por eso me trepé hoy a la rueda de la fortuna. Pues tengo un pendiente y no se qué hacer. Ella está gordita ¿ por mí o por Pascacio?. A ver si veo un lucero “resbaladizo” que me quiera aconsejar.

___ FIN___
                       

viernes, 6 de mayo de 2011

"EL CABALLO COLOR HUESO"

Cuentos costumbristas " El caballo color hueso"
De: Alberto Trejo Juárez
"Cuentos costumbristas" es una forma de dar a conocer eso que está aún en provincia, aún vivo, las costumbres de un español antiguo de alguna forma, las costumbres y forma de vivir. Las abordo con distintos temas, al igual como se viven hoy pero con otros ojos. Vívalo (vívelo) (ALTREJUA)
" EL CABALLO COLOR HUESO"
Don Manuel terminaba de arreglar al caballo aquél, blanco... color hueso; algo le arreglaba en el casco, al terminar le puso la pata en el suelo. Fue a su camioneta pick up y sacó un cartón recortado de una caja de cartón y con un mecate se lo colgó por el costillar al caballo, y ahí lo dejó en la alfalfa; que era su alfalfar. Poco más de dos hectáreas  sembradas de alfalfa. Le dio dos palmadas por donde irían las ancas y le dijo: No vayas a patear el pesebre, "lucero" Ni te vayas a ir, este es tu lugar.
Me acuerdo que la primera vez que me vendió los primeros cortes de su alfalfa, fue hace poco más de tres años, me dijo: " Don Malco, si, le vendo mi alfalfa, pero si la  "siega" usted le cuesta el corte tres mil pesos, si se la corto yo le cuesta. tres mil trescientos, por lo del "chalán"  " Si, está bien córtemela usted, y yo vengo por ella al segundo día, ya que esté oreada, y ese día nos vemos aquí para pagarle" Y así ha sido desde entonces.
Este viejito tiene su dinerito. Fue guardavía del ferrocarril y lo han jubilado con el cien por ciento de su sueldo, y todos los aumentos que tienen todos los trabajadores en activo, él los tiene. Aparte, sus tierritas le dan unos pesos de más, que para él solo ya ni le ha de hacer falta. Ya se lleva la vida   bien descansada, ya no tiene que andar cargando los fierros para arreglar la vía, lo que era peor: era caminar de ida y de regreso a su sección, lo que sea, pero si fue un trabajo muy pesado, hoy se la lleva la vida muy campechanamente, y seguramente el gobierno le ha de dar también alguna pensión por el tiempo que anduvo en la revolución.
Así como lo ven, según el me ha dicho, que tiene noventa y ocho años. El es muy pacifico, pero quién lo busca lo encuentra, como él mismo dice.
Ya lo ve uno: su andar cansado, ya encorvado. Con su placa dental arriba y abajo, el sombrero siempre en la cabeza, con sus chamarras vaqueras con forro de borrega, sus zapatos reglamentarios como los usaba en ferrocarriles.
" No joven Malco, yo aprendí a manejar la camioneta a los ochenta y cinco años, hace ¿qué?...__ Contó con los dedos de sus manos, de uno por uno hasta llegar  al año, y continuó__ Si, hace trece años. Ahí tenía yo la camioneta no más parada: Mis hijos se encargaron de ir a comprármela a Zacatecas. Yo les di el dinero y me la trajeron desde allá. Allí se quedaba parada cuando nadie de ellos la movía. Qué bueno que todos mis hijos tienen sus buenas chambas, también mis hijas; aunque ya sabe usted, el destino de las mujeres es casarse, y si hicieron una carrera, pues tienen que combinarla con el matrimonio. Tengo ingenieros trabajando en la planta de Aguas Calientes, y otros están en México. Tengo contadores, negociantes. Porque tienen sus negocios de jugos, licuados y tortas; sus maridos tienen sus camionetas  de pasajeros que hacen viajes hasta el metro de la ciudad de México. Con decirle joven Malco que hasta un artista tengo en la familia"__ Platicaba entonces, con alegría que se reflejaba en el brillo de sus ojos...
__ No me diga, y ¿En qué ha trabajado su familiar?
__ Pues en las de ésas, telenovelas. Es mi hijo. En películas y anuncios de televisión.
__No, pues usted está rico de familia, don Manuel.
__ Si, pero me puse a pensar, para eso de la manejada: "Yo estoy solo en esta casa tan grande; los hijos algunos lejos; solo el más chiquito de los hombres y una de las medianas está aquí cerca, ella tiene su zapatería. Que por cierto, ella es la que me hace mi comida y me la lleva a la casa. A mi no me gusta comer con la demás gente...__ Hizo una pausa y dejó que se le pasara la emoción que le hizo tragar saliva y continuó__ A veces se burlan de uno cuando al estar tragando se le sale la placa dental... eso a mi me da muchísimo sentimiento. Por eso es mejor que yo esté solo. Van, me visitan y son bienvenidos; se cansan de estar en la casa y se van, como dice el dicho: “Ellos en su casa, yo en la mía, y Dios en la de todos" creo que así va el dicho ese__ Se rió dejando ver sus dientes muy parejos, muy bien hechos. Si no me hubiera dicho que usaba placas dentales no lo hubiera notado, y continuó__ Bueno ya me estoy poniendo melancólico, y la verdad es que no me gusta...
EN la revolución no teníamos tiempo de chillar. Porque si perdíamos tiempo en chillar, ahí estaba el enemigo para "recordarnolo": Que el hombre en ella no podía perder tiempo en afectos y familia. Yo me salvé gracias, primero, a Dios__ Se quitó el sombrero para dar un vistazo al cielo. Pareciera que en una vista rápida de aquél cielo de mayo, buscara algo, tal vez su destino, o tal vez el de todos. En aquél cielo de color azul claro, sin nubes, y que arrojaba como lenguas invisibles de calor sobre nosotros que estábamos en la besana de su milpa. Que estaba sembrada de alfalfa. Era la única milpa, ya le digo como de tres hectáreas sembrada. Al rededor no había una más, si, allí estaban otras al rededor, pero esas solo tenían rastrojos, hierba seca, candidata a la quemazón de cada año para preparar la tierra para la nueva siembra del año. En la parte de arriba del terreno, al oriente, había un bordo de huizaches, con uno que otro pirú, y solo arriba en su límite una cerca con alambre de púas; los otros lados no tenían cerca. Abajo, al poniente, como a un kilómetro pasaba un canal, que bajaba en diagonal, no profundo, de agua limpia que se venía juntando de los manantiales que le daban vida, ahí si, había una gran cantidad de árboles como sauz llorón, fresnos, todavía  pequeños; tepozanes y arbustos, jara, bashosda, hierba chupona, maravilla que sus flores eran de distintos colores y mucho manrrubio. Ahí nunca estaba seco a la orilla del riachuelo aquél. Y allá, muy al fondo llevando la vista al poniente, pero siempre sobre el terreno, allí le llamamos "el plan" que no es más que el gran valle que hay por debajo de la cortina de la presa; que de dicha cortina dejaba la presa bajar una de sus venas con agua límpia. La presa se encontraba como a tres kilómetros y tirándole al lado izquierdo de donde nos encontrábamos, y al sur. Por el lado de la vena esa, siempre estaba todo verde. Y arriba de allí , tirándole para el poniente, el cerro plano y largo, que solo una cortina de piedra le separaba del río, era una cortina de laja muy vertical, era como una pared muy alta . A ese cerro anteriormente le llamaban " cerro de el venado" porque era el único sitio donde crecía la hierba condimento para la salsa verde, que así se  llamaba (hierba del venado). Había huizaches, mezquites y mucho pasto; eso era todo; ahora al cerro le llaman " el encino". La  gran desgracia es que el agua del riachuelo de los manantiales y la del otro río limpio, la que soltaba la cortina se iban a contaminar río abajo con el agua del río Tula...
Con el agua del río Tula, que es el que pasa aquí abajito, a un kilómetro o menos de este gran valle, juntándose todos para acá abajo. En dicho río pusieron la muerte para todo el agro del centro del país, con los deshechos de la enorme ciudad de México, que llegan hasta acá cerca en un drenaje profundo, y este fue el nivel que les gustó para sacarlo a flor de tierra...
Desechos que llegan por un drenaje profundo, y este fue el nivel que les gustó para sacarlo a flor de tierra. Todo esto lo se por mis abuelos que han de ser de la época de don Manuel. Y él continuó después de ponerse el sombrero __ Me salvé, en segunda, por mi cuarenta y cinco y mi treinta_ treinta. Regresé de la revolufia y formé mi familia. Ya mis jefecitos habían entrado al régimen del ejido, que repartió el finadito, mi general Lázaro Cárdenas "tata Lázaro" así le decíamos, porque él se encargó de dar tierra a cada uno de los desposeídos que dejó la revolución. Él le dio a mis jefecitos estos pedacitos de tierra, éste de "el plan" y el de "dos ríos" Sin contar con el pedacito en el pueblo para vivir y que ya repartí a mis hijos, a todos, mujeres y hombres les tocó su cachito. Eso de mi general fue por el treinta y ocho, o treinta y seis, ya no lo recuerdo bien; lo del reparto de tierra de mi general "tata Lázaro" 
       Don Manuel siempre traía la cuarenta y cinco clavada en el cinturón, mas, yo nunca lo he visto sacarla para asustar a alguien " La cargo por costumbre, joven Malco. En la revolución  el que no cargaba una arma o la perdía, estaba muerto. Yo no quería ni quiero estar muerto. Hasta que él diga" __ Y se volvió a quitar el sombrero de paja apretada, que no tenía que ver nada con los sombreros de charro que ellos usaron en la revolución. Era un sombrero de ala pequeña, copa con dos pedradas, y muy fresco como los que usa mi papá__ ¿Por qué le platiqué todo esto?...__ Bailaron sus ojos recorriendo el paisaje que teníamos enfrente. Sus ojos, y los míos, fueron hasta allá, arriba de los "dos ríos", recorrieron la cortina de árboles frondosos que estaban al fondo y abajo, antes que la vista subiera al cerro que es el cerro de "él venado" lo miró como encontrando un tesoro, y al fin recordó__ ¡Ah! por lo de la camionetita que aprendí a manejar. Así voy a donde quiera y no tengo que estar esperando a que me lleven...
__ Oiga don Manuel.
__ Usted dirá joven Malco.
__ ¿Qué sucedió, hará qué... unos tres años, me comentó usted que le hacían perjuicios los animales de sus vecinos y los de otros de más lejos?
__ Nada, que la primera vez. Si, hace poco más de tres años, un día para variar en invierno, vine  a echarle una visitadita a la alfalfa, y que me voy encontrando un caballo; precioso el animal, blanco como la nieve, de una muy buena alzada y muy inteligente. Estaba comiéndose mi alfalfa. Aquí me esperé hasta la noche, pensé que el dueño venía cada noche por él. Cuando va llegando el dueño. Para esto, fui y escondí la camioneta allá entre los huizaches de la alcantarilla. Allí mire__ Desde la milpa se alcanzaba a ver a unos doscientos metros de retirado, una gran curva allá en lo alto donde pasaba la vía del ferrocarril, pasaba allá al lado oriente. Yo sabía que en el mero centro de la curva como de un kilómetro de largo, estaba la alcantarilla que desfogaba el agua de lluvia, de arriba de los cerros y arrojaban su caudal hasta el canal del agua de manantial__ Y también me guarecí de las miradas que llegaban a pasar por el camino real. Bueno, hoy ya no tiene nada de camino real, hoy solo lo usamos los ejidatarios de "el plan”. Allí mero me parapetié, como lo hacía uno del enemigo. Y como por hay de las nueve de la noche voy viendo a una silueta que se acercó, con toda la confianza de que estaba solo. Era el Maclovio, y que le hablo. Yo creo que se le cayeron los calzones, pero se repuso del sustote que le di:
__ ¿Por qué me estás robando mi alfalfa?
__ No, yo no me estoy robando nada, viejito__ Me molestó el tono en que lo dijo. Gracias a Dios y para él que no eran tiempos de guerra, si no, ahí me lo hubiera "quebrado" ... cabrón conchudo.
__ Por hoy te la paso Maclovio, pero la próxima vez... o detengo al caballo por "prejuicios" o te lo mato.
__ Mire viejito: las generaciones nuevas, como se dice hoy, no robamos, solo tomamos las cosas dónde las hay y sean de quién sean__ Yo agarré la cacha de la cuarenta y cinco, pero me contuve ¡ Pobre muchacho pendejo! No era consiente de mi superioridad; yo estaba armado y él no. Me contuve. Aunque su hocico era una arma.
__ Vete, ya te dije: por hoy. Y se fue, se montó en su hermoso caballo blanco, tan blanco como los luceros del cielo de estos cielos nocturnos tan estrellados que tenemos.
__ Y luego ¿ Ya no volvió a traerle a pastar y a comer su alfalfa al caballito?
__ Si__Se rió, tal vez resignado o tal vez planeando algo. Y siguió__ Al año siguiente, en la época de estiaje, de sequías como hoy. Mi milpa era la única verde en todo "el plan" y todo "dos ríos" y volví a encontrar al caballito aquél  "el lucero" le había yo puesto por nombre. La verdad es que me gustaba el canijo caballo, y yo le gustaba a él, porque me obedeció en cuanto lo llevé a amarrar a la defensa trasera de mi camioneta pick up. Ahí iban camioneta blanca y caballo blanco. Muy mansito. Lo llevé hasta el pueblo y se lo entregué al juez. Pero el ladino aquél se las arregló para pagar la multa pero no "el prejuicio". Yo no se qué le diría él al juez, pero el juez se dejó embabucar. Y el otro se salió con la suya, nunca pagó. Y cuando yo le preguntaba al juez: “¿Qué pasó con aquél?” Me decía: “¿Quién va a ir hasta "el plan" a cobrarle?”  "Yo nomás le advierto don Isidro: Si él me sigue robando la alfalfa...bueno, para qué le digo. Algo tengo que hacerle al Maclovio ¿Me entendió don Isidro?" "Si, don Manuel, si, ya me lo dijo usted"
__ ¿Y qué pasó después don Manuel?
__ Nada, la segunda vez desenterré su cuña de metal que había clavado en mi terreno, entre la alfalfa a donde "el lucero" se podía mover como en un ruedo, a su antojo. El caballo lucía bonito hasta en las sequías, gracias a mi alfalfa.
El año pasado vine un día, por hay por diciembre y que encuentro de nuevo al animal; ora estaba amarrado a un tronco de sauz llorón que había traído el socarrón aquél. Lo desamarré y lo amarré a un manojo de matas de alfalfa; sí, le digo que era bien mansito. Le digo: el animal cuando me veía...se había encariñado conmigo, como se encariñaba con uno, su cuaco en la revolución. Ya en la noche, cuando oí el motor de su camioneta, del fulano aquél... Desamarré al cuaco del manojo de alfalfa y saqué la pistola; cuando bajó el fulano de su camioneta, cuidé muy bien que viera: Apunté lento, como cuando sacrificábamos a nuestro penco en la revolución, por culpa de una pata rota, aunque nos doliera le sorrajábamos un plomazo para que no sufriera el animal. A este no le dolía nada, ni tenía la pata rota. Y con dolor y pena le dejé ir el tiro de la cuarenta y cinco  por atrás del ojo izquierdo. Su ojo que me había estado viendo los últimos minutos de su vida, como suplicándome por ella. Cayó el animal después de mi disparo, quedó a mis pies con las patas abiertas como si estuviera de pié. El fulano aquél todo miedoso se subió a su camioneta y se  fue lo más rápido que pudo. De la prisa que le entró hasta se andaba trastabillando, el muy...cabrón.
Al tercer día los zopilotes fueron bajando desatornillando el aire, guiados por el hedor del animal. Y en menos de que se lo platico lo descarnaron. Uno, empezó metiéndosele por el ano; otros, empezaron por los ojos y así se la siguieron  dando cuenta de él. Habían bajado los zopilotes extendiendo a todo lo largo sus alas. Haga de cuenta que entre todos bajaban por un tornillo imaginario. Así también extendieron sus alas y pegaron el salto ya bien tragados para irse, y subieron como los aeroplanos hasta verse allá arriba, muy arriba en el azul del cielo, hasta desaparecer, allá muy retirado, para después aparecer columpiándose en el aire azul del cielo.
Ahí quedaron los huesos limpios, limpios después de la partida de los zopilotes, huesos de color blanco, color hueso; aunque ya con el sol y con el tiempo se fueron poniendo amarillentos. Me acomedí a unir los huesos con alambre inoxidable, y ahí lo tiene ahora, de pie como cuando estaba vivo, en medio del gran círculo de alfalfa, círculo que había hecho con su "prejuicio". Aunque como ve ahora ya no se la traga solo espanta a los dueños de otros caballos que quieran traerlos a comer acá de oquis. Aquí lo tiene usted, blanco, blanco tal como cuando vivía. Solo le hacen falta sus ojotes hermosos que me veían. ¿Y el fulano aquél? ni sus luces.
    El caballo, su esqueleto quedó reluciente a la luz del sol, con la cabeza muy en alto como cuidando el alfalfar, y con su letrero en el costillar que decía: "Esto le puede pasar al que se  robe mi alfalfa"
___FIN___
NOTA: Es todo, ojalá y les haya gustado esta narrativa.
Gracias por tenerme calma para las entregas, gracias por leerme:altrejua
(alberto trejo Juárez)
NOTA ¡¡MUY IMPORTANTE!!: Para leer “La ordeña”, como la letra está en fantasma, será necesario que arrastre el cursor unos siete renglones para que se sombree el cuento y… ¡Aparece el cuento listo para leerse! Mil disculpas por no dominar estos nuevos medios de comunicación, a mí me  llegó un poco tarde el internet. Nuevamente mis disculpas. GRACIAS:
alberto trejo juárez